Imagina que la tierra
no tuviera fin,
que los ríos fueran caminos
sobre los que andar,
que los cielos se tornaran
auroras de flores multicolor,
que siempre fuera la primavera
de livianas lloviznas sembrando
de frutos los muros
y calles de la ciudad.
Imagina
que todos los seres vivos
fueran hermanos
en una sola familia universal,
y que nunca mas volviera la oscuridad, tan sólo
luz de día, bajo el sol radiante,
y noches estrelladas,
bajo la luz blanca de una luna enorme,
que todo lo alumbra,
con la belleza de las olas y el azul del mar
reflejados en el iris de nuestro mirar.
Imagina que fuéramos ángeles
que cuidan de las nubes de toda la tierra, para que
todo fluya en armonía, como un gran abrazo
de lo que nace del cielo
y baja a la tierra,
que todo es libertad de soñar, de volar,
que todos las voces son
haces de luz de paz, amor,
fraternidad…
Que en las montañas verdes,
los valles están repletos de aves,
y el sonido de los riachuelos
conviven en silenciosa
brisa, bordeando los caminos de rocío
y de huellas de pies descalzos, risueños,
ligeros y alegres.
Imagina que todo esto es ser verdad
tan solo con cerrar los ojos y inspirar
los aromas húmedos y limpios
de un lago cercado por completo de
nenúfares verdes, azules
y aleteos de cientos, millares
de aves jugando con al agua,
escuchando juntos, el eco cercano
del piar, del croar...
Imagina sendas, bordeadas de altos juncos
dorados y espigados, danzando al son de un viento
que se asoma con éxtasis natural,
sendas anonadadas del vuelo
de cientos de mariposas blancas
y verdezuelas libélulas,
que suspendidas en el aire te observan,
te sienten, te cuentan, te rodean,
frente a tus ojos,
mirándote confiadas,
como si fueras su ángel guardián.
Imagina por un instante
que de la tierra surge una puerta de piedras ancianas
en un horizonte no muy lejano,
y se entorna dejando paso de nuevo
a el jardín primigenio del Edén
que nunca debimos olvidar.
Que con sólo pedirlo se escuchara
en todo el mundo,
una única voz en oración de paz universal,
y que al atravesar la puerta de ancianas piedras verdosas
contempláramos todo el universo,
y pudiéramos acogernos en las manos,
como cuando éramos niños,y sonreír,
y gozar al aspirar la pureza de la luz,
como amigos, como hermanos,
en alegría y paz.
Quizás un día,
no muy lejano,
todos volvamos a ver
el Edén, que un día perdimos,
como lo que de verdad somos,
niños hermanos de la vida
en el amor y en la paz.
Carlos J. V.